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Troparia

Troparion del domingo, Tono IV —

Cuando las discípulas del Señor aprendieron del ángel / el gozoso mensaje de tu resurrección, / desecharon la maldición ancestral / y con júbilo dijeron a los Apóstoles: / ¡La muerte ha sido derrotada! / ¡Cristo Dios ha resucitado, / otorgando al mundo una gran misericordia!

Himno a la Theotokos, Tono IV

El misterio de toda la eternidad, / desconocido incluso por los ángeles, / a través de ti, oh Theotokos, se revela a los que están en la tierra: / Dios encarnado, por unión sin confusión. / Él aceptó voluntariamente la cruz por nosotros, / por la cual resucitó al primer hombre creado, / salvando nuestras almas de la muerte.

Kontakion del domingo, Tono IV —

Mi Salvador y Redentor como Dios se levantó de la tumba y liberó a los nacidos en la tierra de sus cadenas. ¡Ha destrozado las puertas del infierno y, como Maestro, ha resucitado al tercer día!

Venerable Padre Ioannicius el Grande, Troparion, Tono VIII —

Con los arroyos de tus lágrimas irrigaste el árido desierto,/ y con suspiros desde lo más profundo de tu alma hiciste que tus trabajos fueran fructíferos al ciento por uno./ Fuiste un faro para el mundo entero, irradiando milagros.// Oh nuestro padre Ioannicius, ruega a Cristo Dios que nuestras almas se salven.

Ioannikios el Grande

San Ioannikios, nacido en una familia desposeída, fue pastor en su juventud. Permanecía todo el día en oración, rodeando a su rebaño con la señal de la cruz para protegerlo. Tras ser llamado al ejército, mostró gran valor en la batalla y recibió muchas condecoraciones. Una vez finalizado el servicio militar, Ioannikios se retiró al desierto y, tras 12 años de ascetismo extremo, aceptó la tonsura monástica. Pasó los tres años siguientes en reclusión, encadenado, en oración y salmodiando en todo momento. Dios concedió a Ioannikios abundantes dones de milagros: curaba enfermedades y dolores, expulsaba demonios, domesticaba fieras, tenía un poder particular sobre las serpientes; levitaba durante la oración, se hacía invisible a veces y podía ver el futuro. El veneno y el fuego no le hacían daño. Se sabía el Salterio de memoria. En apariencia era un gigante, enorme y fuerte, pero era conocido por su extraordinaria humildad y mansedumbre. San Juan el Grande vivió hasta los 94 años y se unió pacíficamente al Señor en el año 846.
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"Cuando el Apóstol dice: Despojaos del hombre viejo (Ef 4, 22), se refiere al hombre en su totalidad, con ojos además de los ojos, una cabeza además de la cabeza, unas orejas además de las orejas, unas manos además de las manos y unos pies además de los pies¹. En efecto, a todo el hombre, cuerpo y alma, lo ensució y lo depravó el Maligno y lo revistió del hombre viejo, sucio, impuro y enemigo de Dios, que no se somete a la ley de Dios, que es en sí mismo el pecado, de modo que nunca ve como quiere, sino que ve y escucha de forma perversa, sus

pies corren tras el mal, sus manos obran iniquidad y su corazón albera malos pensamientos. Oremos también nosotros a Dios para que os despoje del hombre viejo, porque solamente él puede borrar de nose tros el pecado, porque los que nos hicieron cautivos son más fuertes que nosotros y nos tienen prisioneros en su reino. Él nos prometió que nos libraría de esta terrible esclavitud. El sol tiene su propio cuerpo y su propia naturaleza, y asimismo el viento tiene su propia naturaleza y su propio cuerpo, y sin embargo nadie puede separar al sol del vien- to, sino que únicamente Dios puede impedir que el viento sople más También el pecado está mezclado con el alma, pero cada uno tiene su propia naturaleza. Es imposible separar el alma del pecado, a no ser que Dios haga cesar y detenga este pernicioso viento que vive en el alma y en el cuerpo. Otra comparación: un hombre ve volar un pájaro y él mismo desea volar, pero no puede porque no tiene alas. Así tam- bién el hombre tiene la voluntad de ser puro, irreprensible y sin man- cha, libre de todo mal, y de estar siempre junto a Dios, pero no puede. Quiere volar hacia el aire divino y hacia la libertad del Espíritu Santo, pero no podrá mientras no tenga alas. Por eso oremos a Dios, para que nos dé las alas de la paloma del Espiritu Santo (Sal 54, 7) y así volemos hacia él y reposemos, y para que calme y aparte de nuestra alma y nues tro cuerpo el viento del pecado que vive en los miembros de nuestra alma y nuestro cuerpo, pues solo él es capaz de hacer esto. En efecto, está escrito: Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). Solo él tuvo con los hombres que creen en él la misericordia de redimirlos del pecado y continuamente salva de manera inefable a los que confían en él, lo esperan y le suplican."

San Macario el Grande (Homilia 2, Cincuenta Homilias Espirituales)

Jn 2,13-22:

"Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
«El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?».
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús."

Todos, por el bautismo, hemos sido hechos templos de Dios

San Cesáreo de Arlés, obispo
Sermón 229,1-3 (CCL 104,905-908)

Hoy, hermanos muy amados, celebramos con gozo y alegría, por la benignidad de Cristo, la dedicación de este templo; pero nosotros debemos ser el templo vivo y verdadero de Dios. Con razón, sin embargo, celebran los pueblos cristianos la solemnidad de la Iglesia madre, ya que son conscientes de que por ella han renacido espiritualmente. En efecto, nosotros, que por nuestro primer nacimiento fuimos objeto de la ira de Dios, por el segundo hemos llegado a ser objeto de su misericordia. El primer nacimiento fue para muerte; el segundo nos restituyó a la vida.
Todos nosotros, amadísimos, antes del bautismo, fuimos lugar en donde habitaba el demonio; después del bautismo, nos convertimos en templos de Cristo. Y, si pensamos con atención en lo que atañe a la salvación de nuestras almas, tomamos conciencia de nuestra condición de templos verdaderos y vivos de Dios. Dios habita no sólo en templos construidos por hombres ni en casas hechas de piedra y de madera, sino principalmente en el alma hecha a imagen de Dios y construida por él mismo, que es su arquitecto. Por esto, dice el apóstol Pablo: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Y, ya que Cristo, con su venida, arrojó de nuestros corazones al demonio para prepararse un templo en nosotros, esforcémonos al máximo, con su ayuda, para que Cristo no sea deshonrado en nosotros por nuestras malas obras. Porque todo el que obra mal deshonra a Cristo. Como antes he dicho, antes de que Cristo nos redimiera éramos casa del demonio; después hemos llegado a ser casa de Dios, ya que Dios se ha dignado hacer de nosotros una casa para sí.
Por esto, nosotros, carísimos, si queremos celebrar con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir en nosotros, con nuestras malas obras, el templo vivo de Dios. Lo diré de una manera inteligible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella. ¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: Habitaré y caminaré con ellos.

1. Si el Hijo y el Espíritu proceden de una misma causa, es decir, del Padre (aunque el Espíritu proceda de una misma manera, mientras que el Hijo procede de una misma generación), y si, como dice esta blasfemia, el Espíritu procede también del Hijo, ¿por qué no destruir simplemente el Verbo y propagar la fábula de que el Espíritu produce también al Hijo, concediendo así a cada hipóstasis la misma igualdad de rango, permitiendo que cada hipóstasis produzca a la otra? Si cada hipóstasis está en la otra, entonces necesariamente cada una es causa y complemento de la otra, pues la razón exige igualdad para ambas hipóstasis, de modo que cada una de ellas intercambie la gracia de la causalidad indistintamente.

2. Otros reconocen que la generación del Hijo no perjudica la inefable simplicidad del Padre. Pero como se afirma que procede de dos hipóstasis, el Espíritu es llevado a una doble causa, con lo que se oscurece la simplicidad del Altísimo. ¿No se sigue de esto que el Espíritu es, por tanto, compuesto? ¿Cómo es, entonces, simple la Trinidad?

San Focio el Grande
Mistagogia del Espíritu Santo

San Focio el Grande

Mistagogia del Espíritu Santo

Sobre las afirmaciones de las enseñanzas sagradas que afirman que, así como el Hijo es engendrado únicamente por el Padre, así también la teología apropiada sobre el Espíritu Santo es que procede de una sola y misma causa; y también sobre el dicho de que, puesto que es de una misma esencia con el Hijo, procede también de Él.

1. Hay varios argumentos, dispersos en muchas y largas disertaciones, que refutan la arrogancia de esos hombres contenciosos que se aferran a la injusticia y luchan contra la verdad. Ya que tu gran celo y amor por Dios ha pedido que esos argumentos correctivos, proporcionados por ladivina
providencia , se reúnan en un panorama y esquema general, este objetivo no es ciertamente indigno de tu deseo y amor piadoso.

1. Sobre todo, hay una palabra del Señor que se les opone como una flecha aguda e ineludible, que golpea y destruye a toda bestia salvaje y zorro como si fuera un rayo. ¿Qué palabra? La que el Hijo mismo pronuncia; ¿Qué otra cosa podría servir para refutar por completo vuestro celo impío? Si despreciáis las leyes del Señor, ¿qué hombre piadoso no aborrecerá vuestra opinión? ¿Qué otra cosa podría levantaros de vuestra caída? ¿Qué otro método de curación curará vuestras heridas mortales, no causadas por la palabra del Salvador, sino por vuestra propia enfermedad, que por desobediencia se obstina en transformar la medicina de la doctrina del Señor en un veneno nocivo? La doctrina del Salvador no sólo toca estas heridas, sino que las penetra profundamente y cura todo el cuerpo de llagas con cuidado y solicitud. No hemos lanzado contra vosotros con demasiada frecuencia la espada de dos filos del Espíritu [las Sagradas Escrituras], sin embargo, por el afecto de nuestro Maestro común, haremos una pronta y voluntaria prueba de nuestras sagradas concepciones, y nos armaremos completamente, preparando una estrategia y trazando un orden de batalla. Y así escaparemos sin ansiedad de estas heridas vuestras.

San Teodoro de Estudios describe la vida monástica en el viaje de un alma. Pero, este camino de cada ser humano, si ha de realizarse en el espíritu de Cristo, debe realizarse en unión con todas las personas de todos los tiempos. Como señala San Basilio el Grande, la vida monástica es la lucha de un equipo de atletas espirituales, que involucra los esfuerzos humanos comunes de individuos que son miembros de una gran familia humana, miembros del cuerpo místico de Cristo. Unidos en tales grupos, los que profesan el monaquismo se dirigen, como grupos de peregrinos, hacia la Jerusalén celestial.

Typicon monástico

Un monje es aquel que está separado de todos y que está en armonía con todos.

Evagrius Ponticus