"No os dejéis arrebatar por un hereje que pueda citar algunos ejemplos de las Escrituras, ni tampoco que el que parezca docto se los arrogue. También el diablo se sirve de los testimonios de las Escrituras (Lc 4,10-11), pero no para enseñar, sino para engañar."

• San Ambrosio de Milán

“En otros tiempos, Dios, que no tiene forma ni cuerpo, no podía ser representado. Pero ahora, cuando Dios se presenta en carne y hueso conversando con los hombres, hago una imagen del Dios que veo. No adoro la materia, adoro al Creador de la materia que se hizo materia por mí.”

• San Juan Damasceno

Que la fuerza del amor supere el pesar por la muerte

Bendito Agustín, obispo de Hipona
De los tratados sobre el evangelio de san Juan (Tratado 123,5: CCL 36,678-680)
Primero pregunta el Señor lo que ya sabía, y no sólo una vez, sino dos y tres veces: si Pedro le ama, y otras tantas veces le oye decir que le ama, y otras tantas veces no le recomienda otra cosa sino que apaciente sus ovejas. A la triple negación corresponde la triple confesión, para que la lengua no fuese menos esclava del amor que del temor, y para que no pareciese que la inminencia de la muerte le obligó a decir más palabras que la presencia de la vida. Sea servicio del amor el apacentar la grey del Señor, como fue señal del temor la negación del Pastor. Los que apacientan las ovejas de Cristo con la disposición de que sean suyas y no de Cristo demuestran que se aman a sí mismos y no a Cristo. Contra estos tales nos ponen continuamente en guardia estas palabras de Cristo, como también las del Apóstol, quien se queja de los que buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo. Pues qué significa: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas, sino lo siguiente: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas; apaciéntalas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, no la tuya; mi propiedad, no la tuya; mis intereses, y no los tuyos; no te encuentres nunca en compañía de aquellos que pertenecen a los tiempos peligrosos, puesto que se aman a sí mismos y aman todas aquellas cosas que se deducen de este mal principio». Los que apacientan las ovejas de Cristo que no se amen a sí mismos, para que no las apacienten como propias, sino como de Cristo. El defecto que más deben de evitar los que apacientan las ovejas de Cristo consiste en buscar sus intereses propios, y no los de Jesucristo, y en utilizar para sus propios deseos a aquellos por quienes Cristo derramó su sangre. El amor de Cristo debe crecer hasta tal grado de ardor espiritual en aquel que apacienta sus ovejas, que supere también el natural temor a la muerte, por el que no queremos morir aun cuando queremos vivir con Cristo. Pero, por muy grande que sea el pesar por la muerte, debe ser superado por la fuerza del amor hacia aquel que, siendo nuestra vida, quiso padecer hasta la misma muerte por nosotros. Pues, si en la muerte no hubiera ningún pesar, o éste fuera muy pequeño, no sería tan grande la gloria de los mártires. Pero, si el buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas, suscitó tantos mártires suyos de entre sus ovejas, ¿cuánto más deben luchar hasta la muerte, por la verdad, y hasta derramar la sangre, contra el pecado, aquellos a quienes Cristo encomendó apacentar sus ovejas, es decir, el instruirlas y gobernarlas? Por esta razón, y ante el ejemplo de la pasión de Cristo, ¿quién no comprende que son los pastores quienes más deben imitarlo, puesto que muchas de sus ovejas lo han imitado, y que bajo el cayado del único Pastor, y en un solo rebaño, los mismos pastores son también ovejas. A todos hizo ovejas suyas, ya que por todos padeció, pues él mismo, para padecer por todos, se hizo oveja.

Debemos deshacernos del abatimiento y esforzarnos por tener un espíritu alegre y no triste, como dice el Eclesiástico: "la tristeza ha perdido a muchos, no puede traer beneficio". (XXX, 23).

Esta enfermedad se cura con la oración, el silencio, el trabajo manual según las posibilidades, la lectura de la Palabra de Dios y la paciencia, porque del ocio nace el desaliento.

San Serafín de Sarov

"Señor, hazme sano y seré completo.

Oh, único Doctor sabio y compasivo, imploro tu bondad amorosa.

Trata las cicatrices de mi alma e ilumina los ojos de mi mente para que pueda conocer mi papel en tu plan eterno.

Y por mucho que mi corazón y mi mente hayan sido mutilados, que tu gracia los restaure, porque es como la verdadera sal.

¿Qué te diré a Ti, Aquel que conoce el corazón y que escudriña el corazón y las entrañas del hombre?

Pues Tú sabes que, como una tierra sin agua, mi alma suspira por Ti y mi corazón te anhela.

Pues tu gracia siempre ha librado a los que te aman...
Concede a mi corazón una mera gota de tu gracia, para que el fuego de tu amor comience a arder dentro de mi corazón, y como un fuego, devore mis malos pensamientos como espinas y cardos.

Dame todas estas cosas en abundancia.

Concédemelas como Dios para el hombre y como Rey para sus vasallos, y haz que crezcan como un Padre compasivo."

• San Efraín el Sirio

"Tú mismo has venido a mí... mi Maestro ha venido y ha derramado sobre mí su amor por la humanidad. Escucha, alma mía: Dios ha venido a nosotros".

• San Tikhon de Zadonsk

Es imposible que no haya tropiezos, pero ¡ay de aquel por quien vienen!

Por lo tanto, no podemos vivir descuidadamente y casualmente. Hay que mirar a nuestro alrededor para no tentar a nadie. La mente es arrogante y no desprecia a nadie, pero suscita tentaciones por todos lados, con hechos y aún más con palabras. La tentación aumenta y amplifica la desgracia del tentador, pero él no se da cuenta y aumenta aún más sus tentaciones. Es bueno que la amenaza de Dios a cambio de la tentación aquí en la tierra casi nunca se lleve a cabo con la esperanza de corrección; se pospone para juicio y retribución futuros; sólo entonces los tentadores sentirán cuán grande es el mal de la tentación. Aquí casi nadie piensa en si tienta o no a quienes le rodean con sus acciones y palabras.
Dos pecados muy graves a los ojos de Dios no son considerados como tales por la gente: la tentación y la condenación.

Es mejor que el tentador, según la palabra del Señor, no viva; el que condena ya está condenado. Pero ni el primero ni el segundo piensan en ello y ni siquiera pueden decir si pecan de esta manera. ¡Qué ceguera, en efecto, nos rodea y con qué descuido caminamos en medio de la muerte!

San Teófanes el Recluso

Elegir el bien es la voluntad del hombre que lo desea, pero realizar esta elección depende de Dios y requiere su ayuda. Por eso debemos acompañar el buen deseo que ha despertado en nosotros con la oración continua, no sólo porque necesitamos la ayuda divina, sino también para que podamos discernir si agrada o no a Dios.

En efecto, todo deseo aparentemente bueno que surge en el corazón no proviene necesariamente de Dios, sino sólo lo que es [realmente] provechoso. Sucede que el hombre desea un bien, pero Dios no le ayuda, porque esta apariencia de buen deseo puede en realidad venir del diablo. Al hombre le parece que tal o cual cosa le será beneficiosa, pero muchas veces no corresponde a su medida.

El mismo Diablo idea una manera de hacerle daño y le obliga a buscar algo, aunque no corresponda a su situación actual, ya sea porque es ajeno al grado que ha alcanzado en la vida espiritual, ya sea porque, cuando el hombre es incitado a realizar este deseo, no es el momento adecuado para hacerlo, ya sea porque este hombre no tiene el conocimiento ni la fuerza física suficiente, o porque el momento no le es favorable. De muchas maneras, el Diablo se esfuerza, bajo la apariencia del bien, en perturbar al hombre, o dañarlo en su cuerpo, o esconder trampas en su mente.

Por lo tanto, debemos orar continua y fervientemente por este buen deseo que ha surgido en nosotros, y cada uno de nosotros debe decir: "Hágase tu voluntad, y déjame cumplir este buen deseo que me he diseñado y que deseo realizar, si se ajusta a tu voluntad. »

Extracto del libro: San Isaac el Sirio - Discursos ascéticos

San Gregorio Palamas practicó el ascetismo durante algún tiempo, cuando era joven hieromonje en el monasterio de Berea. También había un famoso asceta, el élder Job, a quien todos respetaban. Un día, san Gregorio, citando las palabras de un apóstol, afirmó en presencia del élder Job que la oración continua era deber de todo cristiano y no sólo de los monjes. El élder Job reaccionó a esto y respondió que la oración continua era sólo deber de los monjes y no de todos los cristianos. Gregorio, siendo más joven, no quiso discutir y se alejó en silencio.

Cuando Job regresó a su celda y comenzó a orar, el Ángel de Dios se le apareció con gran gloria celestial y le dijo: “No dudes, viejo, de la verdad de las palabras de Gregorio; Él lo dijo bien y tú piensas lo mismo y se lo transmites a los demás”. Así el Apóstol y el Ángel confirmaron el mandamiento de que todo cristiano tiene el deber de orar a Dios continuamente. Si no está continuamente en la iglesia, entonces debe estar continuamente en todo lugar y en todo momento, y eso dentro de su corazón. Y si Dios no se cansa ni un solo momento de prodigarnos sus bendiciones, ¿cómo podemos cansarnos nosotros de agradecerle sus bendiciones? Puesto que Él piensa continuamente en nosotros, ¿por qué no deberíamos pensar continuamente en Él?

Extracto del prólogo de Ochrid
San Nicolás Velimirovich

El hombre que en el deseo de su esperanza desafía incluso a la muerte, considera la muerte como nada, y no tiene en cuenta la esterilidad del lugar donde habita, sus batallas con los demonios, su alejamiento de los hombres y su abstinencia de los consuelos del mundo.

+San Isaac el Sirio