Justo me he enterdado de lo de su Sanchidad cuando estaba en el avión a punto de despegar. Un vuelo de nueve horas y algunas cosas más después os cuento: me parece evidente que lo tenía pensado desde el principio y que había poquísima gente en el secreto, eso era necesario para que la cosa pudiese tener el efecto que esperaban.

Dicho lo anterior: aunque a corto plazo entramos en terreno desconocido, a medio-largo creo que se ha equivocado, es un show tan impresentable que creo que en realidad le hará daño, incluso aunque las encuestas en un primer momento le vayan bien. Al final, lo que queda de todo esto es que es un líder voluble, capaz de cualquier cosa y, si no estás muy cegado por el sectarismo, que pone su interés y sus apetencias por delante de las del país.

Y la gasolina que le pueda dar el tema se agotará en cuanto salga las próximas noticias, que saldrán, o en cuanto la cosa en Cataluña se le complique, que se le complicará.

Mientras tanto, estamos un paso más cerca de la clandestinidad ?.

Un saludo desde el aeropuerto de Atlanta, en un ratito cojo otro vuelo hasta Puerto Rico.

Por resumir el tema, tres horas antes del parto de los montes:

https://x.com/carmelojorda/status/1784841723509674025?s=61&t=JjpCLX9B_qZqZ0L6znfIwA

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Carmelo Jordá (@carmelojorda) on X

Por resumir un poco el asunto: hoy a las doce se sabrá si un presidente del Gobierno dimite porque le critican más de lo que le gusta y porque un juez ha abierto una investigación que podría afectar a su mujer. Ese es el nivel.

Jorge Bustos está muy bien en esto sobre la carta de amor _:

Por qué lo llamará amor cuando quiere decir odio

"Esa carta no es una expresión de amor desviado sino un recto llamamiento al odio entre españoles"

Hay una verdad en la epístola de Pedro a los españoles: es un hombre profundamente enamorado. No de su mujer, naturalmente. En su dolorido corazón solo hay sitio para uno. Pedro se ha escrito la enésima carta de amor a sí mismo, entre el melodrama y el onanismo, entre Caracas y Estambul, entre la boda de Lolita Flores y el chalé plebiscitario de Galapagar. Pero si solo fuera eso nos reiríamos. El problema es que esa carta no es una expresión de amor desviado sino un recto llamamiento al odio entre españoles. La marca de la casa. La marca de Caín.

La reacción de sus ministros va destapando la patética maniobra de una psique incompatible con la responsabilidad. Jamás ha sido un presidente del Gobierno. Jamás se ha planteado dejar de serlo por propia voluntad. Así que viéndose rodeado por escándalos sucesivos y extorsionado por socios inestables ha tocado la puta corneta y ha salido en tromba el pelotón de los patxis a gritar: "¡No pasarán!".

Porque esta es la clave polarizadora de la jugada, la vuelta de tuerca al manual guerracivilista que está desgarrando la convivencia de esta nación. La única forma que tiene Pedro de que le quieran es encendiendo el odio de unos españoles contra otros. Por eso trufa su ortopédica prosa de lamentos a causa de la derecha-y-la-ultraderecha, señalando con claridad al enemigo contra el que azuzar sus perros de presa, en vez de explicar qué coño pintaba su mujer traficando con influencias entre empresas privadas que recibían fondos públicos mientras le financiaban la carrera profesional que nunca ha tenido. No hay una sola democracia occidental en que estos hechos no cursen con rendición de cuentas, como bien sugiere el titular del Financial Times. Otro periódico fascista, claro.

Nadie anuncia que se toma una semana para decidir si se va. Nadie en su sano juicio, quiero decir. Un político adulto se va o se queda, capeando la tormenta sin enrolar a un país entero en su psicodrama de enano moral. Todo esto apesta a cierre de filas antes de emprender otra huida hacia adelante, acompañada de una nueva arremetida contra el Estado de derecho, quizá de una moción de confianza para arrastrar a sus socios a la trinchera final contra los jueces, la prensa libre, la derecha: la alternancia en suma. Todo esto apesta a giro de guion electoral para colgarse de una victoria de Salvador Illa (que ha incurrido en varias contradicciones en la comisión que investiga sus contratos de material sanitario). Aunque luego tenga que entregar su cabeza al separatismo reunificado para seguir en el poder.

¿Podemos descartar una dimisión el lunes que viene? Es difícil seguir con el dedo los renglones torcidos de la mente de Pedro. Obviamente maneja información que nosotros aún no tenemos. No ignora el ultimátum de Puigdemont, la rebelión de jueces y fiscales, la falta de presupuestos, la mayoría conservadora en Europa, incluso el aleteo letal de Pegasus muy cerca de su oído. Quizá sepa que el caso Koldo va a escalar hasta instancias que no podrá controlar y no quiera protagonizar una salida tan humillante de la historia de España. En tal caso adelantaría las elecciones o bien dejaría a una Pilar Alegría de la huerta al frente de la nave de Frankenstein, remando al viento. Pero no es la tesis más probable: si Pedro escribe que nunca ha tenido apego al poder, en realidad nos está gritando que a él no lo mueve ni Dios.

Yo no sé cómo se levantará el lunes este hombre penitencial, enviado por los alienígenas del futuro para purgar nuestras faltas del pasado. Solo sé que no me extrañará si convoca a los medios al pie del balcón del Palacio de Oriente, como en los viejos buenos tiempos. "¿Te imaginas, Begoña? ¡Un solo canal de televisión y los poderes no estaban separados!"

Buenos días! Los horarios y el propio viaje no me han dado vida para contaros nada (luego os diré) pero ya estoy de vuelta por las españas y me he encontrado con este artículo que me parece muy recomendable:

La verdad ocultada del sueño vasco

Iñaki Ellakuría

El principal problema de la sociedad vasca consigo misma, y de España con el conjunto de la sociedad vasca, es con la verdad. Con una verdad incómoda, sucia, desagradable para casi todos y ocultada con el pretexto de «la paz», pero que no puede ser eludida eternamente si se quiere afrontar un debate honesto sobre el pasado y el presente de Euskadi. Honesto, principalmente, con las víctimas del terrorismo nacionalista, que eso era sobre todo ETA, una organización nacionalista que mataba, y lo que fueron y son el PNV y Bildu: unas organizaciones nacionalistas que se aprovecharon políticamente del terrorismo y que hoy disfrutan de una hegemonía cultural e institucional que no existiría sin la violencia etarra.

Después de una campaña en la que ni PP, ni Vox, ni el PSOE mencionaron esa molesta verdad -no vaya a ser que la oligarquía local les deje sin las migajas que reparten-, y que, en cambio, sí se enredaron en la exigencia inane de pedir a los herederos y beneficiarios del terrorismo que definieran como tales a sus antepasados, tuvo que ser una joven valiente llamada Claudia Múgica, nacida en 1996, pocos meses después de que ETA asesinara de un tiro en la nunca a su abuelo Fernando Múgica, la que retratara en EL MUNDO la realidad vasca: «Es una sociedad en la que hay gangrena social, estancamiento intelectual, silencio respecto al pasado y falta de libertad de expresión». Una sociedad, por tanto, podrida moralmente.

No es esta una podredumbre nueva, claro. Algunos de los mejores agostos de mi adolescencia los pasé en San Sebastián. Durante el día surfeaba en Gros y leía a Pavese, Amis y Durrell en el jardín de la villa. Por la noche, salía de bares con un grupo de chicas muy monas del colegio alemán y, de vez en cuando, me escapaba al Exekalte, en la calle Mari de la parte vieja donostiarra, club de jazz que a mediados de los noventa era un referente para la escena indie.

Aquellos embriagadores y bellos veranos, como la canción de Family -«han pasado tres años, desde aquel verano, y sigo enamorado de ti...»- no impidieron que poco a poco empezara a notar una desagradable peste que a casi nadie parecía molestar, o al menos eso simulaban, pero que a mí me acabó resultando imposible de soportar. Un hedor que aumentaba cuando me enteraba de que todos los vecinos sabían que el quiosquero era colaborador de ETA y, aún así, cada día le compraban sonrientes el periódico; cuando alguien me avisaba de que en el bar al que entrábamos ni se me ocurriera hablar de política; cuando irrumpía en la plaza de la ConstiJoseba Permach y sus encapuchados para dar vivas a ETA, mientras la gente sentada en las terrazas seguía con sus pinchos o cervezas, igual que seguían de potes a las pocas horas de un atentado. Una manera muy vasca de normalizar el terrorismo y de convertir en unos inadaptados sociales a los pocos que se atrevían a decir basta ya.

No, el problema de la sociedad vasca -y aquello que ni PP ni PSOE entienden- no es que el brazo político de ETA gobierne, una consecuencia lógica de un statu quo impuesto y blanqueado, sino que ocho años después del fin del terrorismo armado siga sin enfrentarse con la verdad.