Y aunque suene un poco cruel, no hay placer sin dolor.
Y es qué sentir cómo ella moría en mi boca fue vivir la intensidad del sol:
en mi lengua, en mis dedos, en mi cuerpo, en las estocadas salvajes, porque eh decir que la hice mía de mil y una formas en el galopar furioso, en el beso lujurioso, en la caricia malévola, en mi mano al estar dentro de su vagina, casi hasta el fondo de su garganta para comerme las sensaciones y las vibraciones de los últimos suspiros que exhalaba su cuerpo, mientras me hacía dueña absoluta de todo su averno.

¡Sí!, morí con sus besos envenenados
de lascivia, de orgullo, de tosquedad y suavidad.

¡Malditª sea! La hice tan mía, y a la vez tan libre que me entrego todo de ella, sin dejar nada para ella.

Toda se entrego, todo me permitió,
nada reprimió y toda mi locura
con exceso de lujuria se la consumió,
en una hora eterna de aventura.
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