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La historia de San Jorge nos traslada a no cejar en nuestro empeño a la hora de combatir el Mal con todas las armas y munición a nuestro alcance. Somos nosotros mismos los que hemos de convertirnos en aquel soldado romano, en el temible guerrero que, con la ayuda de Dios, encuentre el camino de la victoria haciendo uso de algunas de las indestructibles virtudes de San Jorge: valentía, compasión y perseverancia.
Si, finalmente, logramos hacer acopio de una buena dosis de cada una de ellas, no habrá demonio –a pesar de la infinitud de los que se postulan para ello en nuestro diabólico presente– que pueda interponerse en el camino hacia el Bien, principal conquista a la que hemos de aspirar y a la que, como hijos de Dios, estamos llamados a pesar de las turbulencias de un errático mundo ajeno a valores y virtudes que, en el pasado, conformaron una cierta estabilidad en la configuración de principios ahora ausentes en nuestra pervertida realidad.
La perseverancia fue la clave del éxito en la exigente lucha con el dragón. La derrota no consiste en caer abatido, sino en no intentar levantarse y rendirse antes de tiempo. El héroe cayó varias veces ante la fuerza del oponente, de un poderoso rival que, con todas las opciones a su favor, no pudo ni supo rematar al David de turno debido al tesón, firmeza, constancia y fe en la victoria final del pequeño paladín.
La actualidad no deja de otorgarnos dragones, estamos rodeados de ellos, nos acosan como nunca, pero hemos de sacar lo mejor que llevamos dentro para hacerles frente, plantarles cara y, a pesar de la astucia y poder de sus malas artes, buscar el camino hacia esa "ciudad elevada" cueste lo que cueste. Allí y entonces, logrado nuestro objetivo, llegaremos a tiempo para escuchar las palabras de San Pablo a Timoteo: "He peleado la buena batalla, he terminado la carrera y me he mantenido en la fe" (2 Tim 4, 7).
“CUANDO NO HAY QUE PONER LA OTRA MEJILLA”, por Antonio Gil-Terrón Puchades
Los católicos, como cristianos, llevamos bastante mal lo de ´poner la otra mejilla´, y es por ello que hace unos días razoné por qué “poner la otra mejilla”, en ocasiones es la peor bofetada que podemos dar a quien nos ofende.
Voy a hablar de las excepciones a lo de ´poner la otra mejilla´, para que nadie tenga la excusa para esconder tras lo que no es más que cobardía disfrazada de postureo cristiano.
Les cuento una historia ocurrida hace unos años, en una de las iglesias que suelo frecuentar a diario, y que sucedió cuando al concluir una de las misas dominicales, con la iglesia abarrotada y los fieles levantados para comenzar a salir del templo, un individuo se aproximó a la imagen de la Virgen que hay en un extremo del altar mayor y delante de todo el mundo le escupió, para a continuación marcharse tranquilamente con mirada desafiante y chulesca.
Pues bien, lo que más me escandaliza no es el acto en sí, sino la no reacción de los fieles allí congregados que con cara de corderos asustados se apartaron para facilitar la salida de este sujeto.
Podría decir que no sé cómo hubiese reaccionado yo de haber estado presente ese día; pero mentiría. Y digo esto porque en las cinco ocasiones que he presenciado dentro de una iglesia actos que he considerado como una falta de respeto hacia mis creencias, o aquello que considero sagrado, no me he quedado cruzado de brazos. Y eso que se trataba de irreverencias menores si las comparamos con la del escupitajo a la imagen de la Virgen María.
Lo de poner la otra mejilla, en alguna ocasión lo he hecho; pero ha sido mi mejilla, y no la de mi esposa, mis hijos, mis padres, o la de un anciano desconocido que paseaba pacíficamente al Sol.
Jesucristo, mi Maestro, fue abofeteado, escupido, azotado y crucificado, sin que en ningún momento hiciese el mínimo gesto de defensa o protesta. Ahora bien, cuando Jesús visita el Templo y contempla el irreverente ´mercado persa´ que allí tenían montado los mercaderes en connivencia con la casta sacerdotal, su reacción no fue contarles una parábola y sonreírles beatíficamente; no. Lo que hizo fue sacarlos a latigazos del Templo.
Pues a las enseñanzas de mi Maestro me acojo, a la hora de discernir si tengo que poner la otra mejilla, o sacar la mano a pasear.
Los actos sacrílegos durante la celebración de la Santa Misa, van en aumento, posiblemente porque sus autores, esa minoría chillona y mal encarada que no respeta la libertad de creencias de los demás, se han envalentonado ante la falta de reacción de los fieles católicos. Se han crecido ante el silencio de los corderos.
Y si alguien opina lo contrario, no tiene más que preguntarse por qué estos actos de profanación en sus iglesias, no ocurren en las mezquitas musulmanas.
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