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PERFECCIÓN ESPIRITUAL
“Un día Jesús hacía oración a la vista de sus apóstoles, y uno de ellos le pidió: «Maestro, enséñanos a hacer oración» (Lc 11:1). Tenían ante sí el espectáculo de Jesucristo hablado en su interior con el Padre. El recogimiento y la concentración de Jesús debían ser impresionantes. Pero no podían ver los pensamientos que circulaban entre el Padre y el Hijo (…) querían saber qué fenómeno era aquel de la oración (…) experimentar también ellos cómo era tener en la cabeza y en el corazón a Dios (…)
No se hizo de rogar el Salvador, y, saliendo de aquel estado maravilloso de quien está unido a lo que más ama, les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre…».
Y allí en lo alto del Monte de los Olivos, según la tradición, salió de la boca de Jesús lo que había en su corazón y en sus pensamientos: «Padre…» (…) Cuando le piden que les enseñe a hablar con Dios, responde: «Cuando lo hagáis, decid: Padre».
En la liturgia de la Misa, cuando se acerca el momento de la comunión, el sacerdote incoa el Padrenuestro para que todos lo recitemos juntos, en voz alta. Pero antes lo introduce, generalmente con estas palabras: «Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir…». Está claro que es una recomendación del Salvador, y quizá más que eso. Es un imperativo: «Cuando oréis, decid…».
Pero llama la atención la expresión «nos atrevemos a decir». ¿Por qué dice que nos atrevamos? ¿Dónde está el atrevimiento? ¿Acaso rezar es algo arriesgado? En Misa estamos todos a salvo. ¿Dónde está el riesgo?
Si me dicen: «Vamos a bajar la montaña por esa ladera tan inclinada. ¿Te atreves?». O si me piden que monte sobre un caballo desconocido o a medio domar, pues sí, hay que echarle valor. Pero, para rezar un Padrenuestro, ¿qué valor se necesita? ¿Por qué dice «nos atrevemos»?
Llamar a Dios así, Padre, dirigirnos a él con esa palabra, es fatal. Es devastador, osado, atrevido. Porque es reconocerse hijo. El que llama a Dios “Padre”, está diciendo: “tengo alguien por encima”; “no soy yo la ley”; “no soy el que manda”; “no tengo la última palabra”; “hay alguien a quien debo obedecer…” El que llama a Dios “Padre” se está reconociendo indigente. A Él le pido el pan, la felicidad, el perdón de mis ofensas, y además me someto a su voluntad: «Hágase tu voluntad».
Hace falta valor para rezar el Padrenuestro.
San Marcos (14:36) nos muestra a Jesús llamando a Dios Padre, pero añadiendo un matiz muy revelador (…) se refiere a Dios como Abbá. Es una palabra aramea (…) Parece ser que en el destierro en Babilonia fueron abandonando el hebreo, que era una lengua pobre, y aprendieron el arameo, mucho más rico (…) Abbá vendría a significar, no ya padre, sino más bien “Papá”. Es decir, lo mismo que padre, pero con un añadido afectuoso cargado de amor (…)
Abbá, padre, papá (…) Eso es Dios, y más. Así hemos de llamarle, así tenemos que tratarle.”
“Viaje al corazón del Evangelio” – Padre Alfonso Sanz
UNA EXPERIENCIA DEL INFIERNO - PARTE 2 DE 2
*Ellos hablan de lo que dice el Papa, pero el Papa está pasado de moda”. Y yo les enseñé los métodos de planificación para no quedar embarazadas. Pero les fallaron y tres sobrinas mías y la novia de un sobrino abortaron por mis consejos. A algunas yo les di el dinero para el aborto. Yo usaba la T de cobre, que es abortiva, y vi a cuántos bebés yo había matado también, que habían sido concebidos y después expulsados...
También había creído en supersticiones. A una señora, que iba a mi consultorio, le dije que no creía en esas cosas, pero que por si acaso, echara esos “riegos” para la buena suerte. En un rincón, donde no lo veían mis pacientes, había colocado una penca de sábila con una herradura, para alejar las energías negativas. Otro punto importante, que me hizo ver el Señor, fue mi mentira. Desde pequeñita aprendí a evitar los castigos de mi mamá, que eran bastante severos, con mentiras, empezando a volverme mentirosa. A medida que iba creciendo y crecían mis pecados, mis mentiras eran más grandes.
Criticaba mucho a los sacerdotes. En mi familia, desde pequeños, criticábamos a los sacerdotes, empezando por mi papá, que nos decía que eran mujeriegos y tenían más plata que nosotros. Pero el Señor me dijo: “¿Quién eres tú para hacerte Dios y juzgar a mis ungidos?”. Recuerdo también que el Señor me hizo ver aquella vez en que robé 4.500 pesos. Una señora me dio 4.500 pesos de más en un supermercado de Bogotá. El Señor me hizo ver que para mí no eran nada, pero para aquella mujer, que cobraba el sueldo mínimo, era la alimentación de tres días. Y me mostró cómo sufrió y aguantó el hambre dos días con sus dos hijos por mi culpa.
Cuando se cerró el Libro de la vida y terminó la revisión de vida, me vi que estaba en el hueco a punto de que se abriera la puerta del infierno. Entonces, empecé a gritar: “Jesús, ten compasión de mí Señor, dame una segunda oportunidad”. Y ése fue el momento más bello. No tengo palabras para describir ese momento. Jesús me levantó y me hizo ver la importancia de la oración de muchas personas, que habían orado por mí. Vi a un hombre pobrecito. Jesús me dijo: “Esa persona te ama tanto que ni siquiera te conoce”. Y me mostraba que vivía al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta. Y había comprado una panela, que le dieron envuelta en una hoja del periódico “El Espectador” del día anterior. Allí estaba mi fotografía de quemada por el rayo. Cuando el hombrecito leyó la noticia, empezó a llorar con un amor tan grande, que decía: “Señor, ten compasión de mi hermanita, sálvala. Si salvas a mi hermanita, te prometo que voy al Santuario de Buga y te cumplo una promesa, pero sálvala”. Y me dijo el Señor con todo su amor: “Eso es amar al prójimo. Vas a volver, vas a tener tu segunda oportunidad, pero vas a repetir tu historia no mil veces, sino mil veces mil”. Y eso es lo que estoy haciendo por el mundo entero*”
“El cielo y el infierno, experiencias reales” - Padre Ángel Peña O.A.R.
UNA EXPERIENCIA DEL INFIERNO - PARTE 1 DE 2
“Gloria Polo es una odontóloga colombiana que va por el mundo, compartiendo su testimonio. El 5 de mayo de 1995, estando en la Universidad Nacional de Bogotá, se acercó a protegerse de la intensa lluvia debajo de unos árboles con su sobrino. En ese momento, les cayó un rayo y quedaron los dos carbonizados y dados clínicamente por muertos, con paro cardíaco. Su sobrino murió definitivamente. Ella pudo volver para contarlo. Y dice:
*Me encontré dentro de un túnel y me salieron al encuentro mis bisabuelos, mis padres y muchos otros familiares y personas con las cuales tuve algo que ver en mi vida. El Señor me concedió el regresar, al acordarme de mis hijos y de mi esposo. Y me encontré en una camilla de la enfermería de la Universidad Nacional. Después de estar tres días en coma me llevaron al Seguro Social y me operaron para raspar todos los tejidos de mi cuerpo, quemados por el rayo. Al estar anestesiada, vuelvo a salir de mi cuerpo. Veo desde arriba lo que estaban haciendo los médicos con mi cuerpo y paso por muchos túneles que van hacia abajo. Al principio, tenían luz, pero fui descendiendo y la luz se iba perdiendo. Comienzo a andar por unos túneles de tinieblas espantosas. Lo más oscuro de lo oscuro terrenal, es luz del mediodía allá. Había un olor nauseabundo. Y veo un vacío, donde había muchísima gente. Lo más horroroso era que allí no se sentía ni un poco de amor de Dios ni una gota de esperanza. Y vi muchos demonios y mucha gente con miradas de odio tan espantosas que daban terror. Pero el tormento más terrible era la ausencia de Dios. No se sentía a Dios.
Entonces, me agarran por los pies. Mi cuerpo entra en un hueco, pero mis pies están sostenidos desde arriba. Fue un momento terrorífico y empecé a gritar: “Almas del purgatorio, sáquenme de aquí”. De pronto, veo una lucecita en medio de aquella gran oscuridad. Veo unas escaleras encima del hueco y veo a mi papá, que había fallecido cinco años antes, y un poco más arriba veo a mi mamá con mucha más luz y en posición de estar orando. Cuando los vi, sentí una gran alegría y empecé a gritar: “Papito, mamita, por favor, sáquenme de aquí”. ¡Si hubieran visto el dolor tan grande que ellos sintieron! Mi papá empezó a llorar y mi mamá oraba y comprendí que no me podían sacar de allí.
Al punto, comenzó la revisión de toda mi vida. ¡Tenía tantos pecados! Había creído en la reencarnación y me di cuenta que era mentira, pues allí estaban mis bisabuelos y familiares, que no habían regresado a la tierra con una nueva vida. A los 13 años hice mi última confesión, después dejé de creer en Dios. Creía que el hombre era fruto de la evolución. No creía en el diablo ni en el infierno, pero ahora lo estaba experimentando.
Yo había sido una mujer de mundo, una intelectual, esclavizada del cuerpo. Cuatro horas diarias de aeróbicos, masajes, dietas. Una rutina esclavizante para tener un cuerpo bello. El amor a mi cuerpo era el centro de mi vida. Y Dios permitió que mi cuerpo quedara carbonizado con muchos tejidos quemados en las piernas, en los senos...Entonces, comprendí que cada vez que había estado con mis senos descubiertos y mi cuerpo con ropa corta, estaba incitando a los hombres a que me miraran y tuvieran malos pensamientos, y así los hacía pecar.
Yo aconsejaba a otras mujeres que, si sus esposos les eran infieles, que ellas hicieran lo mismo o que se divorciasen. Defendía el aborto, el divorcio y la eutanasia. Yo había abortado a mis 16 años. Convencía a las jóvenes para que estuvieran a la moda y exhibieran sus cuerpos, y les decía: “Sus mamás les hablan de virginidad y castidad, porque están pasadas de moda; ellas hablan de una Biblia de hace dos mil años y los curas no se han modernizado.*
CASTIDAD Y MATRIMONIO
“la mayoría de los esposos se ven a sí mismos tan injustos como sus esposas se ven justas (…) llega un punto en el matrimonio en el cual la esposa (…) ve injusto a su esposo. Como ella es quien constantemente parece tener que estar encima de las cosas, tales como corregir a los hijos (y a él), se desliza sin advertirlo hacia una actitud de fariseísmo. Suele ser subconsciente, pero un sutil espíritu de crítica viene sobre la mujer (…)
Para ver un ejemplo bíblico, vayamos a la escena donde Jesús visita el hogar de Marta y María. Marta estaba excedida de trabajo y ansiosa por los preparativos que realizaba para la cena. Le dijo a Jesús: «Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude» (Lucas 10.40). Aquí Marta no está haciendo una pregunta; está declarando lo que ella cree que es un hecho. Está mirando a los ojos del Amor mismo y lo llama ignorante e indiferente, porque él parece no estar interesado en lo que ella cree que es importante.
En vez de corregir con severidad a Marta, Jesús la reprende tiernamente por estar preocupada y alterada, mientras se perdía lo que era verdaderamente importante: la comunión con él. Podría hablarse mucho más de este relato (…) pero la cuestión aquí es que Marta estaba equivocada. Estaba mirando al mundo a través de su marca especial de anteojos rosa, y estaba haciendo evaluaciones incorrectas. La pregunta es: ¿sería posible que a veces usted estuviera equivocada por alguna de esas mismas razones? ¿Y podría ser que su esposo estuviera tratando de ayudarla, y no solo fuera crítico e indiferente?
Lo esencial para valorar el deseo que un hombre tiene de analizar y aconsejar, es darse cuenta de que él sí tiene discernimiento; y tener cuidado con cualquier actitud farisaica que pudiera socavar ese discernimiento. La pretensión de superioridad moral puede engañarla más que cualquier otro pecado. Si usted se ve a sí misma como mucho mejor que su esposo, especialmente en el reino espiritual, él se retraerá de usted espiritualmente y es probable que de otras muchas maneras también. Con el paso de los años, su esposo dejará de darle consejo en casi todo nivel. ¿Qué puede decirle él a una persona que siempre tiene razón y siempre es justa? ¿Qué puede decirle él a una esposa que lo mira con desdén? Él se ve a sí mismo como que tiene todos los problemas, mientras que ella no tiene ninguno. Así que se torna callado, temiendo más censura. Al darse cuenta de su silencio, una esposa suele decir: «¿Por qué siempre estás callado?». Y él termina por pensar: si digo algo, estoy en problemas. Si no digo algo, estoy en problemas. Pero si no digo algo, estoy en menos problemas. Ese es un comentario triste, pero es lo que muchos hombres están pensando.
Cuenta una vieja historia que Gretel le dice exasperada a su esposo Hans: «Sabes que estamos peleando y discutiendo demasiado, Hans. Y he estado pensando, creo que necesitamos orar que nuestro amado Señor se lleve a uno de nosotros al cielo, al que está causando el problema. Así que tú ora por que se lleve a uno de nosotros, y yo oraré que lleve a uno de nosotros, y después podré mudarme con mi hermana».
Es una historia graciosa, especialmente si usted es mujer. Cuídese de creer que él es el centro de todos los problemas. Admita que usted también tiene pecados, problemas y debilidades (en áreas en que él tiene puntos fuertes), y que no tiene el criterio perfecto en cada caso. Se asombrará al ver cómo alienta esto el alma de su esposo. Siempre que se acerque a él, dándole lo que Dios ha dispuesto que necesite —respeto—, él sentirá cariño en su corazón hacia usted. Como reflexionaba una esposa:
He dejado de dar mi opinión a menos que él me la pida, y su confianza ha florecido. ¡Qué carga se me ha ido! ¡No tengo que «pensar» por ambos! Las cosas que solía considerar irritables (porque él no pensaba como yo) ahora son un gozo y una delicia, porque Dios ha abierto mis ojos a su genialidad creativa al hacer a mi esposo como es. Formidable.”
“Amor y respeto” - Emerson Eggerichs
ARTÍCULOS RELIGIOSOS
“(…) Yo nunca me he reído de ese pobre hombre de pueblo, ingenuo y crédulo, que llega a Madrid y se deja timar (…) Nuestro hombre se encuentra en la calle con un desconocido [que] tiene entre manos (…) un negocio redondo (…) para realizarlo le hacen falta urgentemente unas pesetas, pocas, total unas 500; si alguien se las prestara, ese mismo día los 2 se harían ricos. Nuestro hombre piensa: «¿Y si se las prestara yo mismo? Vengo del pueblo, soy pobre, esta misma tarde podré ser rico...» Le alarga las 500 pesetas que su imaginación ve ya convertidas en un gran fajo de billetes. El desconocido las coge, le vuelve a prometer su negocio fabuloso y se aleja (…) y no vuelve.
—¡Se puede saber a cuento de qué viene esta historia?
—Recordarás (…) que el sábado anterior te dije que la fe cristiana que has perdido casi del todo no la has perdido tú, sino más bien te la han hecho perder, y te prometí explicarte de qué manera te la han hecho perder.
—Lo recuerdo; pero todavía no comprendo por qué ha empezado usted contándome esa historia del timo.
—Verás. A ti te ha ocurrido lo que a ese hombre del pueblo, ingenuo y crédulo. No me reproches, que te lo diga tan a las claras. Ya dije que yo nunca me he reído de esos pobres hombres, víctimas de la astucia de un pillo.
—Total, que usted cree que a mí me han timado como a un vulgar isidro.
—Ni más ni menos. Tú eras un hombre bueno, ingenuo, algo crédulo. Eras un niño. No eras rico, pero te sentías feliz; tenías la fe cristiana; creías en la Iglesia Católica, cumplías sus mandamientos, acudías al templo (…) rezabas a los santos... Poseías una conciencia tranquila y limpia (…) En tu casa había paz y sosiego (…) no eras rico, pero te sentías feliz, porque eras dueño de un tesoro espiritual: la fe cristiana. ¿No es así?
—Así era, en efecto.
—Pero un día, un día aciago de tu vida, te encontraste con un desconocido que te dijo: «¡Qué lástima! ¡Con lo que tú podrías ser! No sé cómo te puedes contentar con esa vida que llevas (…) serás toda tu vida un pobre, no llegarás nunca a disfrutar de los grandes placeres del mundo, vivirás siempre en una miserable vivienda sin saber lo que es un palacio, pisarás un duro suelo de ladrillos en vez de muelles alfombras; no saldrás de tu rincón a recorrer mundo... Eres un desgraciado. Tú no te das cuenta apenas, pero eres un pobre diablo, un explotado, el hazmerreír de los afortunados. ¿Y no piensas probar fortuna? ¿Vas a ser siempre un desgraciado? No; tú puedes llegar a mucho, puedes llegar a ser un hombre feliz.» Hasta aquí no hizo más que pintarte un presente desdichado y un porvenir brillante. Fue la tentación, una tentación seductora. Luego continuó: «Yo te puedo ayudar a labrarte ese porvenir feliz. Podrás labrártelo con toda posibilidad y muy pronto. Pero como el que algo quiere algo le cuesta, tendrás que desprenderte de ese pequeño caudal que ahora tienes. Ganarás con el cambio y harás un negocio fabuloso. Apártate de la Iglesia, deja de ir al templo, acaba de rezar a los santos; eso se queda para los que ya son felices (…) Las creencias cristianas, que ahora crees que te hacen feliz, lo que hacen es estorbarte, entorpecer tu libertad y echarte cadenas en pies y manos.» Todo esto te susurró al oído aquel desconocido y tú te pusiste a pensar: «Pues es verdad. Puedo ser feliz. ¿Por qué no he de tentar fortuna? Me quedaré sin mis prácticas religiosas; pero, en cambio, tendré libertad y un día podré ser algo.» Después, el desconocido se fue y tú te quedaste sin el tesoro de tu fe. Y ahora, ¿qué? ¿Te sientes de verdad feliz?
—Feliz, lo que se dice feliz, no; pero...
—Pero ¿qué? No hay pero que valga. Te han timado, han explotado tu ingenuidad y tu credulidad; te prometieron un paraíso que no acaba de llegar y te despojaron de tu fe cristiana. Te han timado. Pero, te vuelvo a repetir, yo nunca me he reído de las víctimas de un timo. Por eso no me río tampoco de ti, sino que lamento tu desgracia.”
“Conversaciones con un escéptico” - Padre Venancio Marcos O. M. I.
PERFECCIÓN ESPIRITUAL
“Hay hombres que imaginan que la oración consiste en pronunciar ciertas palabras en las que exponemos a Dios nuestras necesidades y le pedimos sus mercedes. Parece, al oírlos, que el hombre necesita acudir en ayuda de la inteligencia de Dios, y que Éste no comprenderá lo que queremos decir si no nos tomamos el trabajo de explicárselo menudamente. A la verdad no saben cómo conciliar la idea que se han formado de la oración con la recomendación que muchas veces nos ha hecho el mismo Jesucristo de orar sin cesar (…)
La recomendación de orar continuamente (…) nada tiene de imposible ni aun de difícil; todo se reduce a entenderse bien acerca de su naturaleza. La oración es juntamente una elevación y una dirección del espíritu y del corazón hacia Dios; se compone de dos movimientos, de los cuales el uno saca al alma de las regiones inferiores, y el otro la exalta hacia su verdadero objeto, que es Dios. Por consiguiente, siempre que nuestro pensamiento, nuestra voluntad o nuestra acción sube hacia Dios o reposa en él, hacemos oración. La hacemos cuando pensamos en los medios de glorificar a Dios por nuestra vida, o cuando meditamos piadosamente sobre las grandes verdades del cristianismo; la hacemos cuando nuestra voluntad se arma de valerosas resoluciones para hacer el bien o evitar el mal; la hacemos cuando obramos en Dios y por él, y cuando nuestra acción, en virtud de la intención que la produce o la dirige, va como por sí misma a hallar el objeto que nos hemos propuesto antes de empezarla. De estas tres formas, o más bien, de estos tres grados de la oración, el último es el más perfecto, pues que es el complemento y el fin de los otros dos, que serían infructuosos para nosotros si no nos impulsasen a la acción.
No hay un solo instante de nuestra vida en que no estemos ocupados en pensar, en querer o en obrar (…) ya pensemos, ya queramos o ya obremos, debemos ténder hacia Dios, como hacia el objeto supremo de nuestra vida (…)
Si alguno infiriese de mis palabras que repruebo o siquiera que conceptúo inútil la oración oral, se engañaría [Al] reloj que nos distribuye el tiempo señalando las horas le damos cuerda por la mañana, y una vez puesto en movimiento el muelle que le hace andar, seguirá andando hasta que haya consumido la suma de movimientos para la que se ha calculado el muelle. Lo mismo sucede con la oración; [es necesario darle cuerda] porque el corazón que lleva o arrastra consigo se entibia pronto o se para fácilmente (…) es como un reloj al que damos cuerda de vez en cuando hasta que se acaba la virtud de su muelle [y para darle cuerda usamos la oración [oral] que debe ser tanto más frecuente cuanto (…) ese muelle de la voluntad humana (…) se cansa más pronto.
Muchas causas pueden contribuir a cansarla: cuanto más dura y rápida es la cuesta que tenemos que subir, más nuestra voluntad está expuesta a esos desfallecimientos de que no puede verse libre sino en tanto que la oración [oral] viene a darle una nueva vida; de modo que, para prescribir a cada uno el tiempo que debe consagrar a esta especie de oración, es menester tomar en cuenta la pereza de su voluntad, la naturaleza de su carácter, sus hábitos, su posición, el número y la importancia de sus deberes, y en fin, la cantidad y la fuerza de los obstáculos que debe encontrar.”
[“El Escudo Católico” ha reelaborado un tanto el sentido de los 2 últimos párrafos respecto al texto original por cuestiones de espacio y para cerrar y facilitar la comprensión del tema de la oración]
“Las horas serias de un joven” – Monseñor Carlos Sainte Foix
CASTIDAD Y MATRIMONIO
“[Las chicas] no pueden ni siquiera imaginarse qué luchas tenemos que sostener para adquirir el dominio de nuestros instintos y tendencias. Muy escasos son los padres de familia que educan a sus hijos varones para la castidad: algunos hijos desde muy jóvenes ceden a sus deseos de placer y contraen hábitos perversos.
(…) uno de mis camaradas me confesaba que desde los 12 años buscaba la satisfacción prohibida, y no creía que obraba mal; pero el disgusto que le quedaba y el agotamiento físico que sentía le hicieron entrever que su conducta no era natural. Yo le expliqué por qué debía respetarse a sí mismo y qué repercusiones dolorosas podrían hacer de él una víctima y, cuando lo hube hecho, (no se me olvidará nunca su expresión) exclamó, a la vez lleno de desencanto y de inquietud: “¡Ah! ¡Si yo hubiera sabido eso antes!”
El temperamento masculino es más ávido que el de ustedes para apetecer satisfacciones sexuales (…) Primero la mamá y luego la novia y por fin la esposa, tienen el oficio de ayudarnos a conquistar la castidad, nuestra castidad, y a respetar, en el uso de nuestros sentidos, el orden establecido por Dios.
Hay muchachas que con su modo de portarse, de vestirse y hasta con la mirada simplemente son una provocación a nuestras tendencias más viles. En cambio hay otras que literalmente nos purifican el alma. Tienen un modo de portarse, de presentarse ante nuestras miradas, tan limpio, que nos obligan a respetarlas y hasta a defenderlas. ¡Cuánto importa, pues, que ustedes, con su actitud nos ayuden y (…) sepan cuáles son nuestras dificultades y de donde nos vienen!
(…) En nosotros (…) va más lejos que en ustedes y con más fuerza, porque el atractivo es más imperioso y más exigente, y también más físico. En nosotros hay un fuego que arde debajo de las cenizas y basta muy poco para hacerlo estallar en llamas y convertirlo en incendio.
(…) Prácticamente ustedes son una fuente de tentación para nosotros, si ustedes no lo evitan. Sentimos que ustedes son un fruto que fácilmente apetecemos, y tanto más cuanto son físicamente más bellas (…) ustedes dirán: ¿y entonces hemos de renunciar a ser agradables? Desde luego que no, porque ustedes deben ser bellas, ya que el mundo tiene necesidad de belleza. También nosotros la necesitamos. Pero tenemos necesidad de una belleza que eleve y no que nos degrade. Sean ustedes un reflejo de la divina belleza, y no espejos para atraer alondras, ni tampoco sean teas incendiarias.
Nosotros no debemos jugar con el corazón de ustedes; pero ustedes no jueguen con el fuego que llevan en las manos. Su belleza física debe ser como el desparramarse y difundirse de la belleza que hay en su alma.
No se engañen a sí mismas. La moda es esencialmente un “modo de ser”, pero demasiados vestidos femeninos dejan fácilmente adivinar que la mujer que los usa busca la aventura y se ofrece a ella para hacerse juguete de quien sepa conquistarla.
¿Qué tiene, pues, de sorprendente que todos esos pobres jóvenes no vean en la mujer (ya que, ellas dan lugar a que así suceda) sino una muñequita con la que se pueden divertir y una repartidora, más o menos automática, de placer y que, ellos desde su punto de vista así la traten? ¿Cómo quieren ustedes que ellos las respeten, si se visten de ese modo tan claramente inconveniente? Porque desde el momento en que los vestidos que ustedes usan son provocativos, constituyen una invitación a lo indebido, como si ustedes mismas lo buscaran.
(…) Nosotros las admiraremos a ustedes tanto más cuanto menos nos inciten, y las respetaremos en la medida en que ustedes se respeten a sí mismas.
Sean discretas. Descúbranos mejor su hermosura moral, y con eso seguramente conquistarán nuestra admiración, nuestro respeto... y tal vez hasta nuestro amor.”
“Tu novio te habla” – E. F. F.
ARTÍCULOS RELIGIOSOS
“Este fue (…) el argumento que opusieron los católicos a los reformadores: ¿quién te crees tú para afirmar que sabes más que todos nuestros predecesores juntos? ¿vale más tu propio criterio que el de la Iglesia desde sus comienzos? (…) Lutero (…) fue ciertamente arrogante [al] acusar a la Iglesia (que la misma Biblia llama “columna y fundamento de la verdad”) de una apostasía permanente, mientras atribuía a sí mismo una doctrina de carácter divino (...) [Él] reconoce que no eran los católicos solamente quienes le hacían semejante objeción, sino su propia conciencia, la cual desde su interior intentaba advertirle y le atormentaba: “Apenas he podido asegurar o aquietar mi conciencia con las muchas y poderosas evidencias de la Escritura, para poder contradecir yo solo al Papa, y para creerle anticristo, a los obispos sus Apóstoles; a las universidades sus burdeles. ¿Cuántas veces tembló mi corazón, y me reprendió objetándome su argumento más fuerte y único? ¿Eres tú solamente el sabio y los demás yerran?”
“Una vez (el diablo) me atormentó, y casi me estranguló con las palabras de Pablo a Timoteo; tanto que el corazón se me quería disolver en el pecho: «Tú fuiste la causa de que tantos monjes y monjas abandonasen sus monasterios». El diablo me quitaba hábilmente de la vista los textos sobre la justificación... Yo pensaba: «Tú solamente eres el que ordenas estas cosas; y, si todo fuese falso, tú serías el responsable de tantas almas que caen al infierno». En tal tentación llegué a sufrir tormentos infernales hasta que Dios me sacó de ella y me confirmó que mis enseñanzas eran palabra de Dios y doctrina verdadera.” Lutero logra apagar así, por lo menos en parte, estos remordimientos, atribuyéndolo a tentaciones del demonio (…) En 1535 escribe:
“Los Apóstoles, los Santos Padres y sus sucesores nos dejaron estas enseñanzas; tal es el pensamiento y la fe de la Iglesia. Ahora bien, es imposible que Cristo haya dejado errar a su Iglesia por tantos siglos. Tú solo no sabes más que tantos varones santos y que toda la Iglesia... ¿Quién eres tú para atreverte a disentir de todos ellos y para encajarnos violentamente un dogma diverso? Cuando Satán urge este argumento y casi conspira con la carne y con la razón, la conciencia se aterroriza y desespera, y es preciso entrar continuamente dentro de sí mismo y decir: Aunque los santos Cipriano, Ambrosio y Agustín; aunque San Pedro, San Pablo y San Juan; aunque los ángeles del cielo te enseñen otra cosa, esto es lo que sé de cierto: que no enseño cosas humanas, sino divinas; o sea, que (en el negocio de la salvación) todo lo atribuyo a Dios, a los hombres nada.”
De esta manera llega a convencerse a sí mismo de que toda la Iglesia con todos los santos juntos podían errar, mientras niega esa posibilidad a sí mismo: “«Los Santos Padres, los Doctores, los concilios, la misma Virgen María y San José y todos los santos juntos pueden equivocarse».” “«Estoy cierto de que mis dogmas los he recibido del cielo. Mis dogmas permanecerán y el papa sucumbirá».”
(…) Su endurecimiento llegó a ser tal que él mismo confiesa como a diario oraba llenando su boca de maldiciones, paradójico para alguien que dice seguir un Evangelio que manda a orar y bendecir a los que nos maldicen (...)
[Dice Lutero:] “(…) Yo no puedo orar sin que a la vez maldiga. Al decir: Santificado sea tu nombre, tengo que añadir: maldito, condenado, infamado sea el nombre de los papistas y todos cuantos blasfeman de tu nombre. Al decir: venga tu reino, tengo que añadir: maldito, condenado, perturbado sea el papado con todos los reinos de la tierra que son contrarios a tu reino. Al decir: hágase tu voluntad, tengo que añadir: malditos, condenados, deshonrados y aniquilados sean todos los pensamientos y designios de los papistas y de todos los que conspiran contra tu voluntad y consejo. Verdaderamente, así oro yo todos los días con la boca y con el corazón, ininterrumpidamente, y conmigo todos los que creen en Cristo.” “
“Compendio de Apologética Católica” - José Miguel Arráiz Roberti
PERFECCIÓN ESPIRITUAL
"Resistirse a la humillación es algo completamente natural. Retrocedemos ante las experiencias humillantes porque atentan contra nuestra dignidad (…) Si detrás de esa experiencia solo vemos el daño y lo desagradable del hecho [es] porque hemos perdido de vista, al menos momentáneamente, la voluntad de Dios y su providencia. Porque las humillaciones nacen de las circunstancias, de los acontecimientos y de la gente que Dios nos pone delante cada día; y todas esas cosas no son sino manifestaciones de su providencia. De ahí que debamos aprender a descubrir en todo ello, incluso en las humillaciones, ocasiones para una mayor conformidad con la voluntad de Dios. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo hubo de sufrir oposición, contradicción… y sí: humillaciones. Pero siempre estuvo decidido a olvidarse enteramente de sí y a glorificar al Padre con sus obras. Si realmente queremos imitar a Cristo en nuestra vida, debemos aprender a hacer lo mismo.
(…) No nos salvamos haciendo nuestra voluntad, sino la del Padre; y no lo hacemos si la interpretamos o reducimos hasta que signifique lo que nos gustaría que significara, sino aceptándola en su totalidad, tal y como se nos manifiesta a través de los acontecimientos, las circunstancias y las personas que nos envía su providencia. Así de sencillo es y, a la vez, así de complicado. Dios nos da cada día, cada minuto de cada día, con ese propósito. Nosotros, por nuestra parte, podemos aceptarlos y ofrecerle nuestra oración, nuestro trabajo y nuestros sufrimientos diarios, por insignificantes o poco brillantes que nos parezcan. Pero es precisamente porque nuestras circunstancias diarias nos parecen tan insignificantes y poco brillantes por lo que fallamos tan a menudo en este sentido. Son la aparente pequeñez de nuestra vida diaria y la repetición de las cosas las que hacen que nuestra atención y nuestros buenos propósitos se desvíen y no tengamos en cuenta que todo eso es también un signo de la voluntad de Dios. Entre Dios y el alma no hay momentos insignificantes: ese es el misterio de la divina providencia.
(…) «Mi yugo es suave y mi carga, ligera», dice Cristo; pero las cargas de la vida, los sacrificios y la renuncia de uno mismo, las humillaciones, solo serán ligeros si descubrimos expresada en ellos la voluntad de Dios. ¿Puede haber algo más consolador que ver en una carga o en una humillación no lo que son en sí mismas, sino lo que Dios quiere y te señala en cada momento? Vistas de este modo (…) puedo llevarlas con un espíritu capaz incluso de aligerarlas, porque saber que proceden de Dios y que son su voluntad en mi vida conlleva un sentimiento de entusiasmo, de logro, de importancia que trae la alegría y el consuelo al corazón.
(…) quienes han perdido (…) la capacidad de llevar sus cargas de este modo [no] ven más que la carga, las dificultades y las humillaciones en sí; y se hunden. Empiezan a autocompadecerse, a cuestionarse cosas de su vida matrimonial o de su vocación que antes estimaban en mucho. El sacrificio, el esfuerzo y la entrega parecen no tener sentido; la caridad, la paciencia y el amor se convierten en meras palabras vacías. Empiezan a cuestionarse incluso el acierto o la validez de su decisión primera, a buscar la libertad o algún modo de escapar. Puede que lo justifiquen con datos de la ciencia o de la psicología, o con argumentos acerca de los nuevos tiempos en un mundo cambiante (…)
(…) Ahí reside la diferencia entre la persona realmente humilde y a la que le falta humildad. La 1ª se culpa a sí misma de los desórdenes de su vida, de sus fracasos y sus faltas, y lucha por volver a encontrar el sentido de la entrega a la voluntad de Dios. La 2ª, en lugar de culparse a sí misma de sus faltas y fracasos, intenta justificar sus obras de uno u otro modo e insiste en continuar haciendo precisamente aquello que poco a poco la va alejando de Dios y de su vocación (…)”
“Caminando por valles oscuros. Memorias de un monje jesuita en el Gulag” – Padre Walter Ciszek
ARTÍCULOS VARIOS
[El Venerable Padre Tomás morales S. J. habla de cuando creó varios grupos juveniles, que dieron grandes frutos, fundamentados en la exigencia]
“Las (…) reacciones que provocaría este clima de exigencia eran fáciles de prever (…) los mejores, se estimulaban más con las dificultades que debían vencer. Con sencillez, reconocían sus fallos -patrimonio común de todos los hombres- y trataban de superarse. Sabían que el hombre que triunfa no es el que nunca sufre derrotas, sino el que siempre está en actitud de ataque. Otros (…) traicionados por la dejadez o el orgullo, volvían grupas diciendo: «Esto no es para mí», y retornaban a su vida mediocre.
(…) No podían faltar, como sucede siempre que se actúa con grandes masas humanas, quienes ni siquiera tenían el valor y decisión de marcharse, sino que se quedaban dentro echando al sistema la culpa de sus propios fallos. Es un procedimiento muy humano (…) encubrir las propias deficiencias y disculparse del esfuerzo de lucha que exige el tratar de superarlas. Con colgar el sambenito al que manda: padre, jefe, empresa, Gobierno, etc., lo arreglamos todo y nos quedamos tranquilos, que es de lo que se trata (…)
Vivimos en ambiente roussoniano. Somos buenos por naturaleza. Es la sociedad quien nos pervierte. La sociedad es la responsable de nuestros errores y culpas. Es una tendencia innata en la psicología del hombre: cargar a los demás con nuestros yerros.
Como este procedimiento es mucho más agradable, algunos empezaron a circular por ese camino fácil (…) Emprender con paciencia invicta la reforma del propio carácter, eliminando defectos, encauzando la fuerza de las pasiones y potenciando virtudes, es demasiado aburrido y monótono. Vamos a entretenernos con fáciles discusiones acerca de lo que se debería hacer y así, entre tanto, rehuimos el esfuerzo de hacer algo. ¡Vengan reuniones y más reuniones! Prolonguemos las discusiones divagando a placer para disimular nuestras ganas de no esforzarnos y quedar bien.
La «verborrea» aguda, síntoma infalible de «vaguitis» (…) es enfermedad crónica en países latinos. Y así, con escarceos femeninos que huyen del esfuerzo franco y directo, que siempre persiguen caer en gracia y agradar, se boicotea un sistema de educación exigente, implantando otro más suave, para no tener que pasar, ante uno mismo y ante los demás, el bochorno de no ser capaz de superarse, de salir de la medianía, raíz -como ha dicho alguien- de los siete pecados capitales y de todos los demás.
Un grupo de disidentes (…) comprendió enseguida que nada lograría si no contagiaba a algunos eclesiásticos (...) a fin de lograr que, con fuertes presiones o simples consejos, se torciese el rumbo de un movimiento que nacía plenamente adaptado a las necesidades «gigantescas» de la época presente para hacer frente a «ese asalto total de las fuerzas del mal», y que exigía, por tanto, cristianos de nuevo cuño. Cristianos que capten la consigna de Pablo VI: «Los tiempos son graves, decisivos. Es preciso trabajar hoy, porque mañana sería tarde».
(…) Juan Pablo II en este sentido es terminante: «No hemos de tener miedo a exigir mucho a los jóvenes. Puede ser que alguno se marche 'entristecido' cuando le parezca que no es capaz de hacer frente a alguna de estas exigencias; a pesar de todo, una tal tristeza puede ser también 'salvífica'. A veces los jóvenes tienen que abrirse camino a través de tales tristezas salvíficas para llegar gradualmente a la verdad y a la alegría que la verdad lleva consigo. Por lo demás, los jóvenes saben que el verdadero bien no puede ser 'fácil' sino que debe 'costar'. Ellos poseen una especie de sano instinto cuando de valores se trata»”
“Forja de hombres” – Venerable Padre Tomás Morales S. J.
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