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Acordate de que “no hay nada imposible para Dios”, para aquel que sabe darse cuenta y cree, que siempre es necesario volver a recibir.
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P. Rodrigo Aguilar
Comentario a Lucas 1, 26-38:
Saber recibir bien a alguien, es todo un arte, por decirlo de alguna manera. Se recibe bien cuando se ama, cuando uno se interesa por el que viene. No es fácil ser un buen anfitrión. Es algo que nace del corazón, pero al mismo tiempo se puede aprender si uno experimentó el ser bien recibido. Recibir es algo así como una forma de vida que debemos ir aprendiendo en la medida que nos despojamos de a poco de esas pretensiones de ser nosotros mismos los artífices de nuestras vidas. El saber recibir implica un no pensar tanto en nosotros mismos sino en un estar atento a lo que necesitará el otro. Es lindo pensar y soñar con lo que al otro le haría bien de mi parte. Es como el camino inverso de lo que vamos haciendo a lo largo de la vida mientras nos vamos “haciendo adultos”. A medida que vamos creciendo deberíamos ir aprendiendo a dejar de ser servidos, como cuando éramos niños, para pensar en recibir a otros, que necesitan más que yo. Y la vida es así, una cadena de “recibimientos”, fuimos recibidos en un vientre materno, en unas manos de madre y padre, para darnos cuenta que Dios pretende lo mismo de nosotros para con Él y para con los demás. Es muy lindo imaginar la vida así, una “posta” de recibimientos.
Pero la dinámica de la vida sin querer nos puede llevar a otros rumbos. Sin embargo, Dios se hace niño, pequeño, necesitado de ser recibido en un lugar, en unos brazos, en un corazón y mientras tanto el hombre, vos y yo, vamos creyendo, e incluso nos sentimos orgullosos, de que en la medida en que no “necesitamos a nadie” es cuando se va haciendo adulto y maduro. Qué cosa rara esta vida. Qué camino extraño eligió nuestro Dios niño. Qué camino equivocado elegimos nosotros mismos a veces… creernos que ya no necesitamos ser recibidos por otros.
Ser cristiano es también saber recibir. Las dos cosas, recibir y ser recibidos. Quiero que me entiendas bien. No estoy diciendo que debemos andar por la vida sin hacer nada, pretendiendo recibir todo de todos y en todos lados. No, eso no. Me refiero a otra cosa. Jesús dijo que “hay más alegría en dar que en recibir”, pero para saber dar, para tener algo que dar, hay que haber sabido recibir de otros y seguir aprendiendo a recibir, especialmente a Dios, a Jesús.
A medida que se va acercando la Navidad, esto se va ir haciendo más claro. Acordate que tenemos que aflojar un poco estos días. Es necesario, es sagrado y hay que hacerse el tiempo. Se puede, podemos, hay que hacerse el tiempo y no poner excusas.
¿Qué significa saber recibir? Volvé a escuchar el evangelio de hoy. Miremos y escuchemos a María. Comparemos la actitud de María con la de Zacarías de ayer: “¿Cómo puedo estar seguro de esto?” dijo Zacarías. En cambio, ella contestó: “«¿Cómo puede ser eso’” ¿Te diste cuenta de la diferencia? Zacarías no cree, no confía, quiere seguridad porque no está preparado para recibir. En cambio, María da por sentado de que eso va a suceder, solo quiere saber cómo será. Una gran diferencia. Uno pregunta casi no queriendo recibir la sorpresa de Dios –que dicho sea de paso esperaba desde hace mucho – y la Virgencita, pregunta sabiendo que recibir algo de Dios es lo mejor que le puede pasar en su vida. Es lo mejor que nos puede pasar, recibir algo de Dios.
María supo recibir, es la Madre que recibe y recibe, para dar y dar. Por eso unos días antes del nacimiento de Jesús, en algo del evangelio de hoy, ya empezamos a escuchar y percibir su presencia, para que vayamos aprendiendo de ella. Para que podamos pedirle todos y por todos. ¡Qué se cumpla en nosotros los que el Padre quiera! ¡Qué no seamos nosotros los constructores soberbios de nuestras vidas! ¡Qué en esta Navidad nos demos cuenta que Dios está con nosotros, que Dios anda con nosotros! ¡Qué como María sepamos recibir, ser hombres y mujeres capaces de recibir presencias que manifiesten el amor de Dios! Te dejo un silencio para que puedas pedir lo que prefieras, para que hagas el silencio necesario, el silencio que necesitamos para recibir algo distinto.
¿Qué nos dice, qué me dice? Obviamente que esta parte es fundamentalmente personal, pero es lo que diariamente con ejemplos, con preguntas, trato de aportar al comentario de Algo del Evangelio, para ayudar, no para determinar. En realidad, es lo que todo sacerdote intenta hacer en cada sermón, en cada homilía. Deberíamos ayudar a dar pistas sobre qué nos dice, pero son solo pistas, cada uno debe hacer su camino.
Y, al final, podemos hacer el camino inverso: ¿Qué le digo yo? ¿No será que nosotros también con nuestras actitudes frente a las cosas de Dios nos parecemos a esos muchachos, los que están sentados en la plaza y no se conforman ni con una cosa ni con la otra? ¿Qué pretendemos? ¿Que Dios nos hable solo a través de las cosas que nosotros queremos o dejamos que nos hable como él quiere? Dios puede hablar como se le antoje, es Dios. Puede hablar por medio de un hombre –como Juan el Bautista– en medio de la austeridad o puede hablar por medio de alguien que come y bebe con los pecadores. Esto es lo que tenemos que pensar en nuestra vida personal y concreta. ¿Qué pretendés de Dios? ¿No será mejor que dejes que Dios sea como él quiere ser y que hable como él quiere hablar? Estas preguntas nos pueden ayudar a contestar algo propio, a descubrir que la Palabra de Dios no es palabrería vacía y abstracta, sino que, finalmente, toca nuestro modo de ser, de pensar y de sentir. ¿Qué le dirías hoy a tu Padre? ¿Qué sale de tu corazón? ¿Qué te gustaría decirle?
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P. Rodrigo Aguilar
Comentario a Mateo 11, 16-19:
Empezar este viernes buscando escuchar con más corazón la Palabra de Dios, por decirlo de alguna manera, es lo mejor que podemos hacer. Incluso te aconsejo que a veces escuches el audio de la lectura del Evangelio, que lo apagues o lo frenes, reces por tu cuenta y después escuches el comentario. Es bueno, es necesario que vos te preguntes primero: ¿Qué dice el texto de hoy?, ¿a qué se refiere concretamente, sin mi interpretación propia?, ¿qué puedo sacar en limpio para mí?; después de hacer ese trabajo, podés preguntarte: ¿Qué me dice?, ¿qué me dice a mí hoy, concretamente?, y, finalmente, ¿qué le digo a Dios, qué le digo a mi Padre, a Jesús, al Espíritu Santo, a María? Eso es rezar: buscar escuchar primero de un modo más profundo, más comprometedor. Esto es algo que no tenemos que olvidar, para que al escuchar la Palabra de Dios, no termine siendo un decir: ¡Qué lindo lo que dijo el padre hoy, o tal persona!, pero al final no escuchamos qué nos dijo Jesús a cada uno, más allá de lo que comenta cualquier sacerdote. Las palabras nuestras pasan, las de Jesús jamás. Difícilmente recuerdes las palabras de los sacerdotes, por ahí te habrá quedado alguna buena frase, por ahí alguna homilía que te llegó al corazón, pero lo que sí nunca se olvida es la Palabra de Dios, que cala en lo más profundo del corazón; eso permanece para siempre.
Cada día me convenzo más que las palabras de nosotros, los sacerdotes, van y vienen y poco se recuerda de lo que podamos decir. Lo único que perdura y todos recordarán y a muchos hace cambiar, es la Palabra de Dios que dice a cada uno lo que él quiere al corazón. Hagamos este ejercicio, es lo que se llama tradicionalmente Lectio Divina, o lectura orante con la Palabra de Dios, es intentar hacer carne el mensaje, hacerlo parte de uno. Es una tarea ardua, difícil, trabajosa, pero es lo que realmente cambia, es lo que da fruto duradero. Intentemos con el texto de hoy: ¿Qué dice hoy la Palabra de Dios? O sea… ¿a qué se refiere concretamente, más allá de las posibles interpretaciones personales? En principio, Jesús le habla a la multitud, a todos, pero se refiere después a «esta generación». Cuando en los evangelios se dice generación, no se está refiriendo a una generación en el sentido de una descendencia o de un grupo de personas reducida a un tiempo y a un lugar, sino que podríamos decir que se refiere a un modo de ser. «Esta generación» serían las personas que son así, como las describe Jesús, las personas que se comportan así. Traducido podría ser algo así: ¿Con quién puedo comparar a las personas que se comportan así, que no se conforman con nada, las personas que cuando hay que bailar, no bailan, o cuando hay que llorar, no lloran? Por eso, esa expresión de Jesús no se reduce solo a las personas de esa época, sino a todos los que obran de ese modo. En síntesis, esa generación podemos ser nosotros. Jesús pone dos ejemplos extremos, los que se los invitan a bailar y no bailan y los que tienen que llorar y no lloran, para contrastar finalmente con lo que dijeron de Juan el Bautista, que estaba loco por ser austero, y lo que decían de él mismo, que era un glotón y amigo de pecadores. En definitiva, el Maestro los critica por no conformarse con nada, ni con una forma ni con la otra. No saben encontrar los signos de Dios, ya sea en Juan el Bautista y tampoco en Jesús. Dicho de modo sencillo y sintético, eso dice el texto.
Tratar de dilucidar qué dice el texto, antes que nada, nos ayuda a evitar lo que llamamos en Argentina «el guitarreo». Muchas veces guitarreamos porque no dejamos que la Palabra de Dios nos diga lo que está diciendo, lo que nos quiere decir, aunque parezca obvio. Sacamos una frase de contexto, o bien le ponemos una idea nuestra a la Palabra de Dios y le obligamos que diga lo que nosotros estamos pensando. Esto es más normal de lo que parece, en muchos de nosotros.
Ahora, viene una parte muy importante también.
Así lo decía maravillosamente san Pablo: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor».
No importa lo que hacemos únicamente, sino que es también importante cómo lo hacemos, con qué intención y buscando qué cosa. Si tenemos la certeza de que Jesús es nuestra roca, nuestro todo, nuestro cimiento, nuestra esperanza; aquel a quien esperamos algún día abrazar mientras intentamos vivir sus palabras, mientras deseamos amar como él nos ama, ¿qué importa tanto todo lo demás? ¿Qué importa tanto que las cosas de acá no salgan como esperamos? Construyamos sobre roca, sobre Jesús, que es nuestra única esperanza.
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P. Rodrigo Aguilar
Comentario a Mateo 7, 21. 24-27:
Decíamos que el miedo es como una herida muy profunda y originaria de nuestro corazón, que se nos quedó como impregnada en el alma a causa del pecado original de esa primera desobediencia de nuestros primeros padres a Dios; que cuando Dios salió a buscarlos, seguramente con amor, ellos dijeron: «Teníamos miedo, por eso nos escondimos». En definitiva, a veces vivimos así, como escondidos de Dios. ¿Por qué si Dios es tan bueno y nos busca? ¿Por qué si el padre es misericordioso y nos quiere perdonar? ¿Por qué si Jesús vino al mundo a mostrarnos un rostro distinto de Dios? ¿Por qué nos cuesta tanto acercarnos a él? ¿Por qué a veces el hombre da tantas vueltas? ¿Por qué incluso cuando caemos y pecamos, no corremos hacia él, deseando ser abrazados por tanto amor? ¿Por qué no nos dejamos invadir por el Espíritu Santo, que, en definitiva, es el que nos quitará los miedos, el que nos lanzará a ser testigos de la fe?... ¿Por qué? ¡Y bueno! Porque tenemos miedo y a veces no sabemos dominarlo, no sabemos manejarlo, no sabemos vencerlo. En definitiva, no seremos cristianos plenamente felices y entregados al servicio de Dios si no perdemos ese miedo, si no aprendemos a sobrepasarlo, si no dejamos que Jesús nos diga el corazón: ¿Por qué tenés miedo? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no sos todo lo que puede ser? Bueno, hoy te quiero decir a vos y también a mí: perdamos el miedo, amemos plenamente, seamos lo que él quiere, seamos felices entregándonos en lo que hacemos; venzamos las tristezas que nos adormecen, los excesos de este mundo que nos atormentan, las preocupaciones de la vida, que nos quitan tiempo, vamos hacia allá. ¿Te animás? Vamos a perder el miedo en esta Navidad que se acerca para abrazar al niño con amor y con ternura.
Algo del Evangelio de hoy es muy gráfico, muy sencillo y nos ayuda a comprender algo de lo que estamos hablando. El que construye su vida sobre la «arena» de sus decisiones, sobre los temores en definitiva, de sus proyectos, de sus ambiciones personales, también anclados en la «mirada» de los demás, en la cultura del tiempo, sobre la «mirada» propia de la vida; tarde o temprano terminará siendo esclavo de sí mismo. Tarde o temprano termina experimentando la fragilidad de todo lo de este mundo, de todo lo que construyó, porque nuestras esperanzas pasajeras finalmente son arena. No son malas por ahí, pero son arena en comparación con la esperanza de Jesús. Jesús es roca, es cimiento, es vida. Sus palabras son vida, son la única esperanza real de este mundo que muchas veces no sabe para dónde va. Es triste, pero el hilo de las decisiones más importantes que definen el destino de nuestras naciones, de nuestras ciudades están en manos de personas que pueden ser muy buenas –aunque es difícil encontrarlas–, pero que no están ancladas en la Palabra de Dios, claramente. Vos pensarás que estoy un poco loco, pero es real, hay que aceptarlo. ¿Qué gobernante de este mundo se plantea que sus decisiones tienen que estar construidas sobre la Palabra de Dios? Creo que nadie, o muy pocos. No gana ninguna elección el gobernante que en su plan de gobierno decide poner a Dios y su voluntad en primer lugar. ¡Es muy sencillo, lo votarían muy pocos!
Más allá de las políticas económicas y sociales que se pueden adoptar, cuando la roca en donde se asienta todo no es la verdad, no es la verdadera esperanza, algún día todo se derrumbará ante la primera crisis, ante el primer problema, ante los conflictos. La historia de la humanidad es testigo de esto. No hay que ser muy avispado para poder verlo. Todo se viene abajo, tarde o temprano, si no está construido sobre la roca.
En cambio, cuando día a día vos y yo nos planteamos y nos preguntamos: ¿qué haría Cristo en mi lugar?, ¿qué haría la Virgen en mi lugar?, todo va tomando otro color. Nuestra casa-corazón no será tan frágil como parece, no será tan movediza, es más firme, será más duradera porque ni la muerte podrá tirarla abajo.
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