Los resultados de las elecciones al parlamento vasco rezan de una parasitaria enfermedad cuya alargada sombra nace en el régimen del 78. Si señor, en la mismísima Constitución de 1978, en cuyo seno, muy angelicalmente presentado a los españoles de entonces como texto de infinitas libertades e igualdad entre hermanos, se generaría el carcinoma que después se extendería en postizas y sobreactuadas nacionalidades con vocación de independencia. Y es que la propia Carta Magna, en su titulo XVIII (de la Organización Territorial del Estado), es la gran responsable, el alfa y omega de que hoy, España y su soberanía, estén hechas jirones. Un texto constitucional que, so pretexto de la reconciliación de las dos Españas, introdujo las autonomías y nacionalidades, dotándoles de Estatutos de Autonomías con proyección cuasí-federal.

Aquél invento autonómico, aplaudido por quienes soñaban con construir sus propios cortijos, es lo que precisamente nos ha traído a esta perversa, y me temo que sin vuelta atrás, irespirable atmósfera. Obvio es que la ley electoral, en connivencia con una nada desdeñable parte de la sociedad que como los lemmings (roedores del ártico que para autorregular la especie, tienen por costumbre lanzarse en manada despeñándose contra las rocas), se suicidan cada vez que visitan las urnas, horada la senda hacia la desintegración del gran imperio que otrora fuimos. Ello no obstante, y aunque siempre las moscas, por miles, tienden a nutrirse de mierda, con una Constitución sin Autonomias, seríamos exactamente los mismos españoles desde Irun hasta Cádiz, sin tener que compartir tan exquisito menú con los independentistas.

En suma, el lamentable resultado en las elecciones vascas (como a buen seguro, idéntico será en las catalanas), no es solo consecuencia del odio inoculado durante lustros en aquellas tierras españolas. Es consecuencia más bien y principalmente , de una Carta Magna, la del 78, que excretó la primera célula cancerosa con desenlace en la brutal metástasis que ahora parasita a España. Que nos parasita a todos, arrastrándonos al fango de quienes amargados, viven en el constante odio. En el odio a sus propios hermanos.

Y es que cuando el Estado, en sus muy distintas formas, supera a la nación, ésta acaba destruyéndose así misma.

Estoy orgulloso, sí. Orgulloso de que, en aquellos tristes y aciagos días en que una nada desdeñable parte del pueblo español se convertía en la Gestapo de la vacuna, no sucumbí a las presiones de la masa. Y como yo, miles de compatriotas se negaron en rotuno a postrarse en cobarde pleitesía al rodillo del Estado. Se nos señaló como apestados y peligro público. Se nos humilló y censuró, negándonos la entrada en cualquier establecimiento. Se nos persiguió y señaló en imitación de aquellos pretéritos tiempos en los que el disidente, por el solo hecho de discernir y poner en entredicho el mantra oficial, corría el riesgo de un fatal desenlace.

No obstante, siendo lo anterior propio de los totalitarismos más abyectos, lo más hiriente fue observar y constatar cómo miles de compatriotas a los que otrora considerábamos “familia”, se unieron al ensordecedor balido del rebaño enarbolando su dedo índice para delatar al que, todavía incólume en el valiente escepticismo propio de sociedades libres y avanzadas, se atrevía a cuestionar las verdaderas motivaciones de aquel masivo pinchazo.

Estoy orgulloso, sí. Orgulloso de permanecer impertérrito ante lo que para mí, al igual que para muchos colegas que aún mantienen sus venas intactas, no era sino el mayor experimento psicológico y sociológico de todos los tiempos. Un experimento a gran escala merced al que cerciorarse, una vez más, de que bajo la rúbrica del miedo (especialmente el miedo a no balar al unísono de las masas), todo un pueblo respondería como lo hizo, vendiendo su dignidad y libertad a cambio de algunas migajas de aparente confort y seguridad.

En suma, estoy orgulloso de todos aquellos hombres y mujeres que, ante la potencial posibilidad de perder incluso su trabajo, apostaron por la auténtica libertad por encima de la seguridad y el confort de la tribu.

Podemos mentir a los demás, más en la soledad de la noche, cuando el espejo se vuelve sincero y su reflejo nos azota, no a nosotros mismos. Un espejo que nos recuerda, antes de salir en un nuevo amanecer para representar un papel en el asfalto, que nuestro más sagrado templo, nuestro cuerpo, fue profanado sin consentimiento.

PD: ¿Voluntariamente?. Los cojones!!

En esta nueva etapa de Diario de un Jurista, y con la finalidad de responder a las inquietudes y preguntas jurídicas que, de una u otra forma, os puedan afectar a vosotros mismos o a vuestro entorno, procuraré hacer semanalmente un video explicativo en el que dar una exacta respuesta a las que sean más frecuentes.

A tal efecto, podéis mandarme vuestras inquietudes y preguntas a la dirección de correo electrónico abogadotena@gmail.com.

La libertad, como la igualdad, son anhelos que en el sistema actual jamás conquistaremos. Y nos los conquistaremos precisamente porque merced a una clase política (sin excepción de partido político alguno) que se nutre de nuestra sumisión, se nos hace entrar como reses estabuladas, al establo de aparentes nuevas y sinceras promesas, para que una y otra vez, confiemos en ídolos y mesías a los que rendir pleitesía. Y ahí anida exactamente el primer escollo al pueblo soberano y libre de raíz que en realidad, por derecho propio y natural, habríamos de ser. En tanto cifremos nuestra libertad en términos de hooliganismo político, a la espera de que un partido político u otro trabaje denodadamente por y para nosotros, seremos cómodos esclavos que renuncian a la libertad al precio de sentirse parte de un grupo que le ofrece confort. Dicho de otra forma, confiamos en partidos políticos en los que depositamos nuestro presente y futuro, creyendo por ello ser libres, más cuando en realidad lo que estamos haciendo es renunciar a nuestra innata libertad por mor de permanecer en el confort de la tribu.

Así pues, muy lejos de observar en el horizonte la libertad como un anhelo en el que encumbrarnos en un futuro que nunca llegamos a acariciar, hemos de verla, más bien sentirla y experimentarla, como el camino mismo a transitar. Digamos que, la única forma de alcanzar la libertad, es viviéndola como el camino a escrutar, más no como el hito a coronar. Siendo pues la libertad el camino, más no lo meta, serán otros objetivos soberanos e individuales lo que cada ciudadano desee alcanzar, hollando el terreno sobre una libertad que emergerá como la trayectoria en sí. Por tanto, si entendemos y despertamos a la certeza de que la libertad es el camino, más no la meta, cobraremos consciencia de que no existe más promesa de libertad que nuestro propio espíritu y fuerza interior para levantarnos, escapar del confort de las masas, y ser lo que debemos ser. Hombres y mujeres que desde los prolegómenos de su infancia conocen y experimentan los matices y aromas del laberinto de la libertad. Entonces, y solo entonces, empezaremos a entender que los partidos políticos han de ser trascendidos, superados y desintegrados hasta desaparecer, para dar lugar a una nueva generación política que emanando de hombres que transitan aquellas sendas, representen como diputados libres e independientes, sin adscripción a sigla política alguna, al pueblo soberano y libre que en la atalaya del poder legislativo les encumbra.

En suma, solo un pueblo que transita la libertad como camino en sí, sin soñarla como una meta a merced de espurias y embusteras promesas para el rebaño de hooligans, podrá convertirse en el pueblo soberano que al fin recupere las riendas de su destino. Caminemos la senda de la libertad como itinerario natural de vida. Y entonces sí, tendremos la oportunidad de “poder ser nosotros mismos” en igualdad.

PD: La lucha por la libertad y la auténtica democracia debe gravitar sobre la reforma constitucional para, entre otros muchos extremos, hacer desaparecer al fin los partidos políticos y encumbrar al pueblo soberano como co-legislador.

A tal punto el capitalismo salvaje y el consumismo enfermizo han invadido nuestras vidas, que incluso las pocas e inherentes manifestaciones del alma que habrían de escapar del mercadeo de las voluntades, han sucumbido a los mantras del “es lo que toca”. Y así, una sacrosanta celebración que habría de vertebrarse sobre la sobriedad y la austeridad, se ha acabado lamentablemente convirtiendo en el más ostentoso de los eventos, despojando de su más profundo significado al histórico acontecimiento que le dio origen.

El nacimiento del hijo del Altísimo, del Cristo, inmerso en la pobreza y con vocación de dar testimonio de la verdad, es la Navidad. Y con su nacimiento, se nace a la verdad, a la sinceridad, al perdón de pecados ajenos y propios, al reconocimiento de que necesitamos perdonar y ser perdonados. Es dar la mano a quienes otrora eran nuestros enemigos. Es no pasar de soslayo por los problemas de los afligidos. Es llorar por dentro, sabernos culpables, perdonarnos a nosotros mismos, y amanecer mañana siendo personas redimidas. Celebrar la Navidad es, en suma, expiar nuestros innumerables fallos y purificar nuestro corazón para nacer como nuevos hombres y mujeres. Esa es la auténtica Navidad.

Se puede o no ser creyente (yo mismo soy agnóstico), pero el nacimiento del Cristo, el Rey de reyes, trasciende con mucho incluso a quienes ponen en infinita duda la deidad de Jesús de Nazaret. Y es que, independientemente de que fuere o no el unigénito de Dios, es su intemporal mensaje lo que entre hermanos debe prevalecer. ¿Qué pensaría el Cristo, en nuestro desvencijado y sobreactuado siglo XXI, de estar hoy presente entre nosotros, al ver y observar en lo que la celebración del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad, se ha convertido?...

Más aún, y de reinar su mensaje, la Navidad no habría de constreñirse a una impostada fecha trufada de comilonas, excesos y deseos vacíos. La Navidad, acontecimiento del advenimiento del amor y el testimonio de la verdad, habría de ser celebrada cada día, durante los 365 días del año. Todos y cada uno de los días, al amanecer, es una nueva oportunidad para perdonarnos a nosotros mismos, a nuestros semejantes, naciendo como nuevos seres humanos.

Os deseo a tod@s la celebración de la auténtica Navidad. La que nos da la oportunidad de expiarnos para nacer de nuevo.

Si bien hace solo unos días el Consejo General del Poder Judicial nos avisaba de las perversas consecuencias de lo que se conoce como el “Lawfare” (guerra legal), oponiéndose frontalmente y como nunca antes, a tales antidemocráticas prácticas, ahora el órgano de Gobierno de los jueces muestra sus fauces ante el inminente totalitarismo, advirtiendo de que hará caso omiso ante cualquier citación emanada del Congreso o el Senado en aras a llamar a comparecer a cualesquiera jueces y magistrados en el ejercicio jurisdiccional de sus funciones.

Así pues, el Pleno del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), en un nuevo e imponente comunicado, ha instado sin subterfugios al Congreso y al Senado a que se abstengan de toda citación a jueces y magistrados para declarar sobre hechos conocidos en las actuaciones objeto de su actividad judicial. Más aún, apostilla el órgano representante de los togados que, de ser citados con ese objeto en una “comisión de investigación”, la Comisión Permanente del Consejo denegará la autorización para que compadezcan.

El texto con el que el Órgano de Gobierno del Poder judicial ha lanzado su misiva a los enemigos de la libertad y amantes del totalitarismo, es digno de enmarcarse por su contundencia y valentía. Tras una larga y brillante exposición jurídica, reza la arenga a modo de envite, “…EN CONSECUENCIA, EN EL SUPUESTO DE QUE LOS JUECES Y MAGISTRADOS FUERAN LLAMADOS A DECLARAR ANTE LAS REPETIDAS COMISIONES DE INVESTIGACIÓN SOBRE ASUNTOS EN LOS QUE HAYAN O ESTÉN INTERVINIENDO EN SU CONDICIÓN DE TALES, INCLUSO BAJO LA ADVERTENCIA DE QUE PUDIERAN INCURRIR EN RESPONSABILIDAD PENAL SI NO COMPARECIERAN, NO TENDRÁN LA OBLIGACIÓN DE ATENDER EL REQUERIMIENTO QUE SE LES ENVÍE A TAL EFECTO, NO DEBERÁN COMPARECER EN ELLAS Y EL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL TAMPOCO AUTORIZARÁ COMISIONES DE SERVICIOS POR TAL MOTIVO…”.

El acuerdo del Pleno del Consejo General del Poder Judicial, lanzado ayer 22 de diciembre de 2023, es un nuevo misil jurídico de dimensiones bíblicas impactando contra el espejo de Pedro Sánchez. El incesante rosario de misivas (no solo del C.G.P.J) contra los muñidores de la destrucción de España, su Constitución y sus libertades, no tiene precedentes en nuestra historia democrática. Que todos los partidos políticos, sin excepción, acaban sucumbiendo a la tentación de acaparar enfermizamente todo el poder, es consustancial al embustero sistema de partidos que padecemos. Que ahora, además, lo hagan de forma tan flagrante y a plena luz del día, habla del ocaso del régimen del 78.

PD: El sistema de partidos políticos ha de tocar su fin. Tanto partidos políticos como ideologías, han de ser definitivamente superados. Y han de serlo, porque sencillamente ser libres y soberanos, es absolutamente incompatible con el hooliganismo propio de cualesquiera siglas e ideologías.

Os comparto el Informe-Petición que hemos redactado y enviado al ALTO COMISIONADO DE DERECHOS HUMANOS de Naciones Unidas (yo junto a una gran compañera y jurista de Canarias), merced al que ponemos de relieve y alertamos al organismo internacional, de la real e inminente situación de deriva totalitaria que se cierne sobre España.